Se lo dije a todo el que vi por el terraplén, que me habían matado a Lola. Pero como lo mejor era que la policía se enterara por mí mismo, no paré para darle satisfacciones a la gente. Total, todo el mundo en El Ranchito sabía donde yo vivía, bastantes mangos que me robaban de la arboleda.
Llegué a la estación casi a las ocho. A esas horas Perico ya tenía que estar en su casa, había salido mucho antes. La policía no se anduvo con rodeos, tuve que dejar el caballo y regresar en la patrulla, como si fuera un bandido. Me dijeron que era el protocolo. Cuando llegamos a la línea, había pasado tanta gente por allí que no quedaba casi nada. Yo creo que por eso mismo fue que el oficial se encaprichó conmigo.
—¿Y usted por qué no dejó a nadie cuidándola? —me preguntó.
El hombre andaba por sus cuarenta años, hasta podía ser hijo mío. Aunque claro, yo no di más que hembras. ¡Cinco! La chiquita era un dolor de cabeza, ¡que lo sabe bien mi mujer! La única que tenía casada era la mayor: Julia. Esa nació con La Revolución, en el cincuenta y nueve. Allá abajo del pozo tuvo el parto mi mujer, con los tiros oyéndose a lo lejos. A las otras tres las habían dejado los maridos; en la casa las tenía, con sus terneros y todo. ¡Once bocas! ¡Y en aquellos tiempos! El hijo de Carmencita era el más comilón, ¡comía por los once ese sanaco! Pero eso no se lo iba a contar al oficial para meterle ideas en la cabeza al hombre.
—Es que me puse tan mal que no atiné a nada —le respondí.
—¿Y a qué hora la encontró usted?
—A eso de las seis y media, enseguida me fui al pueblo.
—¿Y a qué hora se levantó?
—A la de siempre. Yo no tengo reloj, ni falta que hace, el cañero siempre pasa a eso de las cinco y media de la madrugada. Lo sacude todo, hasta el techo nos tiembla cuando corre por la línea.
—¿Y usted no oyó nada raro con el paso del tren? —preguntó el hombre con los ojos en la sangre. Cuánta sangre, ¡madre santa! La habían descuartizado con ganas y ni la sangre iba a quedar con tanta mosca. Regordetas se estaban poniendo las muy cochinas.
—No, nada. Me tiré poco después, como todos los días, antes de que cante el gallo, que, si no, no le alcanza el sol a uno. Y lo otro ya se lo conté. No fue hasta que vi las tiñosas volando bajito que caí en la cuenta de que algo estaba mal, se lo dije a mi mujer.
—¿Y me dice usted que enseguida fue a reportarlo?
—Así es, oficial —respondí rápido.
Qué manera de sudar, hasta el pelo me sudaba. Yo nunca había sido interrogado por la policía. Siempre fui un hombre honrado, me ganaba la vida trabajando como un mulo en el campo. Con doce años empecé, en lo de Don Ignacio, cuando era de él todo El Ranchito, antes de que se lo interviniera La Revolución. Más de mil cabezas de res tenía el hombre. ¡Qué vacas aquellas!
—¿Y se demoró una hora? —preguntó, con el ceño fruncido, el hombre que podría ser mi hijo. Era flaco y largo como una vara; el uniforme le bailaba en el cuerpo.
—¡Qué va! Si el terraplén está seco, media hora, a lo máximo.
—No en llegar, en encontrarla. ¿Una hora le tomó encontrarla? ¿Por qué una hora? ¿Tanto tiempo le dedica al desayuno?
—No, hombre, si yo no pruebo bocado hasta el almuerzo. Un sorbito de café, si acaso, cuando hay. Pero los perros estaban fuera de sí y los cochinos chillaban como locos. Si es que me lo estaban diciendo, pero, ¿quién se iba a imaginar esta desgracia? —suspiré—. Me fui a donde los cochinos, machete en mano, que no sería la primera vez que me llevaran alguno, usted conoce a esos cuatreros. A Manuel el de aquí al lado le mataron la novilla hace poquito, un crimen. Me dijo que no han cogido al bandido, usted sabrá mejor que yo de ese asunto, oficial.
—Vamos a concentrarnos en lo que pasó aquí hoy —dijo el oficial con voz severa—. A mí no me queda claro cómo fue que llegó a la línea.
—La soga, oficial, la soga —le dije y señalé los pedazos en el suelo con un gesto rápido, para que no notara que me temblaba la mano. Estaba muy serio el hombre, como convencido de que yo era culpable. Observó la soga, pensativo.
—Mire cuantos nudos tiene, si es que es tan vieja como Lola. Usted sabe la situación con las sogas, oficial, no aparecen ni en los centros espirituales. No fue despreocupación mía, ¡se lo juro! Si uno no tiene vida atrás de estos animales, es una agonía. Esos cuatreros te están velando día y noche pa’ llevarte el animal.
—Se levantó a las cinco y media, la encontró a las seis y media, dice usted que salió enseguida para la estación de policía, pero no llegó hasta casi las ocho. ¿Por qué?
—Bueno, enseguida, enseguida no. Primero fui a avisarle a mi mujer. Usted sabe el cariño que uno le tiene a estas vacas, muchos años con ellas, a Lola la queríamos como familia —le respondí, quitándome el sombrero.
Esto último era mentira. Cómo pasaba trabajo con la muy condenada. Si es que daba más trabajo que leche. Y la vergüenza que había pasado en lo de los Martínez. El viejo me sacó conversa en lo que la vieja la hervía. Dos vasitos le sacaron al litro, ¡madre santísima! Se lo había advertido a mi mujer, que se le estaba yendo la mano con el agua. «¿Y a nosotros quien nos considera?» me respondió ella, «¡Se nos mueren de hambre los chiquillos!» Y estaba en lo cierto, no había qué poner en la mesa y tampoco había para los animales.
La cooperativa nada más repartía mentiras. Teníamos a los cochinos a puro palmiche, así se metía uno un siglo en sacar una peseta, ¡con lo caro que estaba todo! Y para rematar: la sequía de aquel año. Ni hierba quedaba para las vacas. Por eso había mermado tanto la producción, estaban las cuatro flaquísimas, como todas las vacas que quedaban en El Ranchito que había sido de Don Ignacio un día. Tan flacas que, si el hombre se levantaba se volvía a morir del disgusto. Pero ninguna como Lola, Lola estaba en el hueso. Cuando lavaba los cubos después de ordeñarla no tenían grasa. ¿Cómo iba a llegar sola a la línea si casi ni se levantaba? Por ley, ya tenía que haberla reportado de grave. Me lo había avisado Perico la última vez que la trató, que dentro de poco no se iba a parar más. Y ese veterinario sí que sabía lo que decía, la de animales que me había salvado.
—Entonces —dijo el oficial—, por ahora consta en acta que la vaca se soltó y por la madrugada la atropelló el tren. Vamos a hacer un registro en su casa y las de los alrededores.
—Pero, en mi casa ¿por qué?
—Cómo que por qué. ¿Usted cría ganado y todavía no sabe lo delicado del asunto? Se lo recuerdo: Artículo 240 del Código Penal, sacrificio ilegal de ganado mayor, le pueden caer cinco años de cárcel y hasta más si cogió carne.
Pero ¿cómo no lo iba a saber yo? ¡Todo el país lo sabía!
—Claro que lo sé, oficial. Pero, ¿cómo voy a matar yo a mi propia vaca? Me gano la vida con ellas. Además, yo soy un hombre honrado, jamás me comería lo que no es mío —le respondí.
—No sería usted el primero, pasa todo el tiempo. A esta vaca se la llevaron casi entera. Hay que revisar la casa para descartar sospechas en su contra. De todos modos, ¡el que no la debe no la teme!
—¡Claro que no, hombre! ¡Revisen, revisen! —le dije a los policías.
Que mal rato ¡por Dios! Hasta en la arboleda registraron. Sacaron fotos por todas partes, como en los asesinatos ¿Qué iban a encontrar? En mi casa no había carne ni de vaca ni de ningún tipo. ¡Once bocas! ¡Y en aquellos tiempos! Cuando cocinábamos un pollo a mi mujer y a mí nos tocaban las patas.
A nadie le encontraron la carne por más que revisaron en los alrededores. Todo el que se llevó un poco la escondió. Bien había hecho yo en regar la voz por el camino al pueblo, ni las pezuñas le dejaron a la policía.
Con Lola no pasó lo que con Benita. Benita tampoco se salvaba, me lo había asegurado Perico, por eso la había reportado de grave unos meses atrás. Y, ¿qué hicieron los muy cabrones? Se la llevaron entera. Una vaquita que yo mismo traje al mundo, y vaya usted a saber quién se la comió. «Ya verá qué hacer con ella el estado», me dijeron. ¡Con el hambre que tenían los chiquillos!
Una semana después del interrogatorio fui al pueblo, a casa de Perico. Tenía mi parte guardada, como habíamos acordado. Me la fui llevando poco a poco. Fueron cuatro viajes en la volanta, cada uno con un pedacito. Llegaba a la casa blanco y con tanta flojera que casi no podía tragarme la carne. Se lo dije a mi mujer, que ni aunque se nos pegaran las tripas al vientre me volvía a meter en ese lío.
Han pasado ya muchos años y todavía no se me quita el susto. Sí, fui yo quien amarró a Lola a la línea con la ayuda de Perico. Pero arrepentirme no me arrepiento. Lola se iba a morir de todos modos y de que se la comiera el gobierno, que se la comieran los chiquillos. El que más comió fue el hijo de Carmencita. ¡Cómo comía ese sanaco!
Emma Glondys
Lee mi relato La casona de los sauces.
Como todo relato, es una historia corta, muy linda, me transportó a esa casona enorme, con sauces, un lago muy lindo y vi a ese labrador precioso llamado Choco, y empaticé con Lucía, una niña a la que nada la detenía.
Lucía soñaba con tocar el piano, ir al conservatorio como su hermana Amanda y tener giras internacionales, por supuesto que en todos sus planes estaba Choco, su compañero labrador, pero su madre, presa de una depresión tras un accidente que afectó a la familia, no estaba de acuerdo con que ella se fuera…
@etrelibrosmantasyuncafé
19 comentarios en «Mataron a LOLA»
Me recordó un poco a los ambientes que veces siento cuando leo a Vargas Llosa.
Me encantó la descripción en todo momento y el hilo conector que parecía ritmo cardíaco con toda la intención de no seguirlo. No se si me explico. Imaginé a los personajes. ✨???? Gracias oor compartir.
Muchas gracias, Abraham. Te confieso algo: Vargas Llosa es uno de mis autores preferidos. Me lleno de orgullo y humildad con semejante comparación 🙂
Relato corto con escritura muy fluida y con mucho sentimiento. En momentos me sentí en Cuba (aunque no la conozco) el final del relato me encanto.
Si te transporté a Cuba por unos minutos, este relato cumplió su función. Muchas gracias por leerme, Sandy 🙂
Super entretenido???? y muy bien escrito.
Muchas gracias por leerme 🙂
He disfrutado doblemente esta historia, primero, por la calidad del relato, segundo, porque soy cubano que vivió unos años en la más profunda campiña cubana.
Gracias, Emma. Espero pronto poder disfrutar otra obra de tu autoría.
Qué orgullo para mí ver tan linda opinión de alguien que conoce el campo cubano. Te agradezco mucho tus palabras, Israel.
Ay lo que me divertí leyéndolo. Me encantó.
Espero poder leer pronto tu novela. Saludos desde Argentina.
Muchas gracias, Virginia, qué bueno que te gustó. Te envío un abrazo a Argentina 🙂
Excelente, el suspenso hasta el final esperando el gancho final. ¡Y de todas formas sorprende cuando llega!????????????????????
!Qué bueno! Me alegra mucho que haya cumplido su objetivo. Muchas gracias 🙂
Que bonito poder conocer las raíces cubanas a través de tus relatos. Muy entretenido relato, me encantó.
Veiria García
Muchas gracias por leerme Veiria 🙂
Gracias Emma, lo disfruté bastante de principio a fin ????
Gracias a ti por leerme 🙂
Me recordo a alguno de mis viajes a Cuba, a lo que contaba mi tia postiza cubano-americana de Miami.
Tú forma de escribir delicada, descriptiva, emocional me ha encantado.
Gracias por el relato
Gracias a ti, Helen, por leerme y por contarnos sobre tu tía cubano-americana 🙂
¡Comía por los once ese sanaco! Jajaja. Esas palabras tan únicas de nosotros se las he enseñado a mis hijos.